jueves, 6 de enero de 2011

PUERTA

La puerta abierta deja pasar, entrar y salir, permite la libre circulación; expresa la acogida (Job 31,32), una posibilidad ofrecida (lCor 16,9). Cerrada, impide el paso: protege (Jn 20,19) o expresa una negativa (Mt 25,10).

I.                    LA PUERTA DE LA CIUDAD.

La ciudad guarda su entrada con una puerta monumental, fortificada, que protege contra los ataques del enemigo e introduce a los amigos: «el *extranjero que está dentro de las puertas» (Dt) participa de los privilegios de Israel. La puerta garantiza así la seguridad de los habitantes y permite a la ciudad constituirse en comunidad; junto a la puerta se concentra la vida de la ciudad : en este punto tienen lugar encuentros (Job 29,7; Sal 69,13), negocios comerciales (Rut 4,1-11), maniobras políticas (2Sa 15,1-6) y sobre todo juicios (Job 5,4; 31,21; Prov 22,22; 24,7). Una ciudad sin puertas es una ciudad sin unidad ni paz.

La puerta se identifica, pues, en cierta manera con la ciudad, y la palabra puede designar a la ciudad misma (Dt 28,52-57) y hasta llega a connotar el *poder de la ciudad. Apoderarse de la puerta significa hacerse dueño de la ciudad (Gén 22,17); recibir sus llaves equivale a ser investido del poder (Is 22,22); las puertas del s"eol o de la muerte (Is 38, 10; Sal 107,18) designan la morada misteriosa a donde todo hombre es conducido, cuya entrada sólo Dios conoce (Job 38,17), de donde sólo Dios puede sacar (Sal 9,14).
*Jerusalén es la ciudad santa con puertas antiguas (Sal 24,7ss), a las que Yahveh ama particularmente (Sal 87) porque él mismo las ha consolidado (Sal 147,13). El peregrino que las franquea tiene la sensación de la unidad y de la paz (Sal 122).

II. LA PUERTA DEL CIELO.

1. AT. Cierto que Yahveh abre las puertas del cielo para enviar la lluvia, el maná (Sal 78,23) y toda clase de *bendiciones a la tierra (Mal 3,10); pero desde que se cerró el paraíso el hombre no comunica ya familiarmente con Dios. El *culto es el que establece una relación entre los dos mundos, el divino y el terrestre: así Jacob había reconocido en Betel «la puerta del cielo» (Gén 28,17); el peregrino que sube a la ciudad santa viene a franquear las puertas del templo para acercarse a Yahveh (Sal 110,4): «aquí está la puerta de Yahveh, los justos entrarán» (Sal 118, 20) por donde en otro tiempo entró el rey de' gloria (Sal 24,7-10). Pero si Israel, aun pasando por esta puerta, no *busca a Yahveh, el *templo viene a ser inútil y, de rechazo, *Jerusalén pierde su razón de ser y su poder, dado que en la puerta no se dictan sentencias justas (Am 5,15; Zac 8,16). Es inútil fortificar la puerta, pues no garantizará la seguridad. Por lo tanto en los profetas la separación efectuada por la puerta viene a ser más espiritual. «Quitando el mal de en medio de ella» más bien que cerrando sus puertas a las *naciones, es como será santa la ciudad. Israel descubre que el hombre no puede subir al cielo; por eso pide a Dios en su oración que rasgue los cielos y descienda él mismo (Is 63,19).

2. NT. Jesús trae la respuesta; en su bautismo se abre el cielo y él mismo viene a ser la verdadera puerta del cielo bajada a la tierra (Jn 1,51; cf. Gén 28,17), la puerta que introduce en los pastos donde se ofrecen libremente los bienes divinos (Jn 10, 9), el único *mediador: por él se comunica Dios a los hombres, por él tienen los hombres acceso al Padre (Ef 2,18; Heb 10,19). Por haberse él apoderado de la llave de la *muerte y del *infierno (Ap 1,18), su Iglesia echará abajo las «puertas del Hades» y acogerá a los elegidos en el reino cuyas llaves ha recibido Pedro (Mt 16,18s). Pero si la puerta del reino es estrecha (Lc 13,24ss), Jesús tiene su llave, la llave de David (Ap 3,7). El cielo se abre a todo el que se abre por la fe (Act 14,27; Ef 3, 12), a quien abre a Jesús, que llama a la puerta (Ap 3,20).
Al final de lo$ tiempos coinciden ciudad y cielo. La *Jerusalén celestial tiene doce puertas; están siempre abiertas (Ap 21,12-25) y, sin embargo, hay seguridad total y perfecta justicia (Is 1,26; 26,1-5), el mal no entra ya en ella (Ap 21,27; 22,15); hay intercambio perfecto entre Dios y la humanidad: dones de Dios y ofrendas del hombre circulan libremente (Zac 2,8s; 14; Is 60,11; Ap 21,26; 22,14).

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